Garcilaso de la Vega (1501–1536) fue un poeta castellano del Renacimiento español cuya vida combina la experiencia militar con una profunda vocación literaria. Siguiendo el modelo petrarquista importado de Italia, adaptó al castellano la métrica italiana, especialmente el verso endecasílabo. Del mismo modo, consolidó el soneto y la égloga dentro del panorama renacentista español. Como uno de los grandes exponentes de este movimiento en España, Garcilaso recuperó y reinterpretó la herencia clásica y neoplatónica, presentando al amor idealizado como fuerza que trasciende lo meramente físico o tangible; la amada se convierte en un ser espiritual y, en cierto modo, inaccesible, mientras que el amante oscila entre la exaltación de la esperanza y la amargura de lo inalcanzable. Estas características se evidencian, en este caso, en sus églogas, donde la naturaleza sirve de escenario y juega un papel clave para la exploración de la armonía, la virtud y el lamento humano. La Égloga I, en particular, muestra esta combinación de riqueza técnica y temática a través de la imitación, como señala el propio poeta, de los lamentos de Salicio y Nemoroso.

El tema principal de la Égloga I es el dolor del amor imposible junto a la pérdida y el desasosiego. Esta poema relata dos lamentos paralelos: primero, Salicio sufre por el rechazo Galatea; y posteriormente, Nemoroso, tras escuchar la pena de Salicio, llora por la muerte prematura de su amada Elisa. Ambos representan distintas facetas del dolor amoroso: el abandono frente pérdida definitiva. Este poema fue inspirado en hechos de la vida real del propio autor: el desprecio de su amada y, después, su muerte. Aunque durante siglos se creyó que fue esta égloga fue dedicada a Isabel Freyre debido a su cercanía con el poeta, lo cierto es que esta teoría ha sido rechazada recientemente.

En conjunto, la égloga dramatiza la inestabilidad del destino amoroso: mientras Salicio expresa el despecho y la rabia por el rechazo de Galatea, Nemoroso encarna el dolor desgarrado ante la pérdida de Elisa mientras la acción tiene lugar en un paisaje bucólico idealizado, con praderas verdes, árboles y aguas cristalinas que decoran la escena y ayudan al uso de metáforas e hipérboles. El poema transcurre durante un solo atardecer: comienza con el canto de Salicio y concluye al anochecer, cuando la noche, evocada simbólicamente durante varias veces a lo largo del texto, se hace presente y seguido el lamento de Nemoroso es silenciado.

La égloga comienza con una dedicatoria al virrey de Nápoles, en la que se anuncia el tema central: los lamentos de dos pastores, Salicio y Nemoroso, símbolos del dolor amoroso. La acción comienza al atardecer, cuando Salicio se sienta al pie de un árbol y, en medio de la serenidad del entorno topotésico, irrumpe con una queja desgarrada contra Galatea, la mujer que ha rechazado su amor e imposibilitado su dicha.

El canto de Salicio se articula como una larga confesión en la que se mezclan dolor, reproches y desengaño. Desde el inicio acusa a Galatea de crueldad por haberle negado su afecto, y confiesa que, al igual que los seres vivos siguen el impulso de la naturaleza, él no puede evitar regresar cada día al llanto; ya sea por una pena o alegría.

Su lamento, posteriormente, se convierte en súplica y clama implícitamente a Dios para que la castigue por el daño causado y recuerda que por él abandonó todo para llevar una vida retirada, dedicada únicamente a trabajar y a quererla. Sin embargo, reconoce que se engañaba, pues no supo interpretar las señales ni los sueños que le advertían de la pérdida inminente. La traición lo lleva a preguntarse quién es ese otro hombre por el que ha sido abandonado y declara que no soporta semejante dolor. Se expone la cuestión principal de la teodicea frente al hombre servil.

Salicio intenta comprender qué pudo haberle causado aversión por su parte: considera su ganado, sus provisiones, el amor sincero que le ha mostrado y, aunque no sea particularmente agraciado, su apariencia es relativamente normal. Por ello, se duele de que todo lo mencionado no haya sido suficiente frente a la crueldad que ella demuestra. Incluso la naturaleza en su conjunto parece compadecerse de su sufrimiento (lo que en lengua se denomina una prosopopeya), mientras que la amada permanece insensible, indiferente. Finalmente, renuncia al lugar que un día fue escenario de su felicidad: ahora será ella quien pueda volver a ese espacio para encontrarse con el elegido de su corazón.

Tras haber presenciado el dolor de Salicio, Nemoroso, otro campesino, rememora experiencias personales reflejándose en su pena; aunque, ciertamente, la pérdida que él ha sufrido, es eterna.

El dolor de Nemoroso se manifiesta en una constante incomprensión ante lo efímero de la vida: se pregunta el lugar de sus ojos, sus manos y los cabellos de la amada, que ahora descansan eternamente bajo tierra. Su voz transmite asombro y desolación al pensar en lo rápido que se desmoronó su dicha. La naturaleza refleja esta pena: el ganado ya no pace, la tierra no da fruto y las malas hierbas crecen alimentadas por la abundancia de sus lágrimas. Del mismo modo que la noche desciende sobre la tierra, la dicha ha caído sobre su vida, y sólo la muerte podrá devolverle la luz al reunirlo de nuevo con Elisa; cuando se encuentren en la tercera rueda, haciendo referencia al modelo heliocéntrico ya descartado para la época en la que Garcilaso escribió la égloga. La tercera rueda, en términos heliocéntricos, está reservada al planeta Venus; diosa del amor y la fertilidad.

En su canto, Nemoroso se compara con el ruiseñor despojado de su nido y de sus crías, que no cesa de cantar en la noche silenciosa. Del mismo modo, él no ha dejado de lamentarse desde que la muerte arrancó de su vida a su amada. Conserva, sin embargo, un mechón de su cabello, reliquia en la que deposita sus lágrimas, observa, rememora a su amada y ofrece un fugaz alivio en medio del dolor.

La voz del pastor se torna finalmente en reproche hacia las divinidades: recuerda la noche en que Elisa falleció, a pesar de las invocaciones dirigidas a Lucina, la diosa del parto. Con amargura se pregunta dónde estaba esa divinidad en el momento de mayor necesidad, cuando ni los ruegos ni los sacrificios lograron salvar a su amada. Este recuerdo reaviva la desesperación y lo lleva a desear la muerte como único consuelo: ahora que Elisa está en el más allá, él implora poder acompañarla cuanto antes.

La égloga se cierra con la llegada de la noche, cuando el lamento de Nemoroso llega a su fin.

En definitiva, como apunte final, la Égloga I muestra una de las cuestiones humanas más discutidas a lo largo de los siglos: el amor y la vida humana están sujetos a la impermanencia y al sufrimiento inevitable; aunque la esperanza y la devoción acompañen al hombre, la pérdida y la muerte son fuerzas que ni la naturaleza ni los dioses paganos pueden evitar, dejando al ser humano en un lamento limitado que combina conmoción, melancolía y resignación.
Égloga comentada en PDF
M. Ramón Sánchez Suárez