El paraíso de las damas

Émile Zola, 1902

E. Zola,el más reconocido novelista francés asociado al naturalismo, forma parte de esa generación de finales del XIX que se fijaba en llevar la observación realista hasta sus últimas consecuencias: registrar cómo el dinero, la ciudad, el trabajo y el cuerpo se influyen mutuamente, sin mucha piedad para con sus personajes. En "El paraíso de las damas" esa visión se gira a un lugar muy concreto del París moderno: un gran almacén de tejidos, perfumes y novedades que crece exponencialmente por toda la ciudad. La historia, en apariencia, es relativamente sencilla: Denise, una joven de bajos recursos y la protagonista de esta historia, llega a París con sus dos hermanos para instalarse con su tío, dueño de una pequeña tienda, situada justo enfrente del gran almacén El Paraíso de las Damas. Desde las primeras páginas, Zola coloca a Denise directamente en esa especie de umbral que hay entre ambos mundos: el privilegiado y el desafortunado.

Bourras, personaje de El paraíso de las damas

Antes de entrar definitivamente a trabajar en el gran almacén, Denise comprueba que en la tienda de su tío no hay, en realidad, un lugar para ella: el negocio está en total declive y no ve esperanza a futuro. Obligada a buscar trabajo para mantenerse y mantener a sus hermanos, y cada vez más fascinada por la luz y el movimiento del edificio de enfrente, la idea de presentarse en El Paraíso de las Damas deja de ser un simple deseo y empieza a verse como la única salida posible. Cuando por fin entra a trabajar en el local, Zola no idealiza en absoluto el “progreso”: es más, su primer día en el puesto refleja la brutalidad del trabajo y su impacto emocional: Denise pasa la jornada agotada, vigilada y humillada, y por la noche se derrumba llorando.

Ilustración de Au Bonheur des Dames en Gil Blas

Uno de los elementos que más me ha llamado la atención es cómo el gran almacén funciona casi como un personaje en sí mismo (al igual que en otras novelas, como por ejemplo "La colmena"). Zola, además, muestra cómo ese tipo de comercio devora poco a poco a otros más pequeños, transforma el barrio, erotiza la mercancía y explota a la vez el deseo de las clientas y la energía de las empleadas.

Por dentro, este llamado “Paraíso” está repleto por toda un grupo de empleados que reflejan el trabajo asalariado moderno: jóvenes que entran y salen según las temporadas, dependientas que tienen que negociar también en el terreno sentimental, encargados que participan en los beneficios pero viven con miedo a ser reemplazados, etc., mientras el discurso interno de “somos una familia” choca con la realidad de un sistema en el que cualquiera puede ser sustituido en cuanto deja de servir.

En ese marco se entiende mejor la relación entre Denise y Mouret, el dyeño del negocio. Él inicia como el típico “héroe del progreso” posterior a la revolución industrial y al inicio de la narrativa capitalista: comerciante brillante, dispuesto a arriesgarlo todo y a explotar sin escrúpulos la fascinación de las mujeres por las novedades, sin verlas como sujetos sino como fuerza de trabajo y de consumo. Denise, que entra siendo “la última” en todos los sentidos (pobre, provinciana, sin protección), termina ocupando una posición central tanto en la organización del almacén como en la conciencia de Mouret, y lo hace sin aceptar el papel de amante ni recurrir a la intriga, sino manteniendo una integridad obstinada, defendiendo a compañeros más débiles y empujando poco a poco a introducir mejoras concretas en las condiciones de trabajo.

El desenlace, aunque se podría considerar “feliz” pues hay unión sentimental y consolidación del gran negocio, deja una sensación algo amarga: Denise consigue algo inédito, que Mouret se replantee su manera de dirigir la casa y acepte ciertas medidas de protección y cuidado hacia el personal, pero el daño en el entorno ya está hecho, las pequeñas tiendas han caído o agonizan, el barrio se ha reconfigurado en torno al gran almacén y el propio Paraíso necesita seguir creciendo para no colapsar. A nivel personal, lo más interesante de la novela es precisamente esa tensión: Zola no ofrece ni una nostalgia cómoda por la “tiendecita de antes” ni un elogio de la modernidad, sino un paisaje en el que la vida se concentra en estas nuevas formas de organización económica.

La pregunta que debería hacerse hoy el lector, en plena economía globalizada, es: ¿no estamos viviendo dentro de un inmenso “paraíso de las damas”, sostenido por trabajos invisibles y precarios repartidos por todo el mundo y por estrategias que sacrifican calidad a cambio de precio, ocupando cada vez más espacio en el mercado y expulsando a los pequeños negocios?

Interior de grandes almacenes modernos
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